Se empeñaban: mientras él intentaba concentrarse en el torrente de armonías que explotaba dentro de él como cohetes de colores, notas iridiscentes, a veces dulces, a veces amargas, pero siempre deliciosas, haciendo que se olvidara de su propio ser y del mundo, alguien se empeñaba en pasarle un paño húmedo por el trasero: "Estate quieto Wolfgang, hay que limpiar esa caquita". ¡Quién le habría mandado nacer!
martes, 16 de febrero de 2010
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